Las cuatro fases del duelo


Después de sufrir una pérdida, hay ciertas tareas que se deben realizar para restablecer el equilibrio y para completar el proceso de duelo.

1. Aceptar la realidad de la pérdida.

Cuando alguien muere, aunque la muerte sea esperada, siempre se despierta una cierta sensación de incredulidad. La primera tarea del duelo es afrontar plenamente la realidad que la persona está muerta, que ha ido y no volverá. Parte de esta aceptación consiste en asumir que el reencuentro es imposible, al menos en esta vida tal como se conoce. Mucha gente que ha sufrido una pérdida se encuentra a sí misma gritando en voz alta a la persona que ha desaparecido y, a veces, lo confunde con otras personas de su entorno. Puede caminar por la calle y ver a alguien que le recuerda al difunto y entonces debe recordarse a sí misma: "No, no es mi amigo. Mi amigo está muerto”.[1]

Negación:
Lo contrario de aceptar la realidad de la pérdida es no creer mediante algún tipo de negación. Algunas personas no aceptan que la muerte es real y se quedan bloqueadas. La negación se puede practicar en diferentes niveles y tomar varias formas, pero la mayoría de las veces implica negar la realidad, el significado o la irreversibilidad de la pérdida.[2]

Negar la realidad de la pérdida puede variar, desde una ligera distorsión a un gran engaño. Otra forma de que la gente adopta para protegerse de la realidad es negar el significado de la pérdida. De esta manera, se ve menos significativa de lo que realmente es. Es normal sentir afirmaciones como: "No era un buen padre", "No estábamos tan unidos" o "No lo echo de menos".[3]

Otra estrategia usada para negar la llegada de la muerte puede ser el espiritismo. La esperanza de encontrarse con la persona fallecida es un sentimiento normal, sobre todo en los primeros días o semanas después de la pérdida. Por lo menos, la esperanza crónica de dicha reunión no es normal.

Final de la tarea: aceptación:

Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo porque implica no sólo una aceptación intelectual sino también emocional. La persona en duelo puede ser intelectualmente consciente de la finalidad de la pérdida mucho antes de que las emociones le permitan aceptar plenamente la información como verdadera.
Aunque completar esta tarea plenamente lleva mucho tiempo, los rituales tradicionales como el funeral ayudan a muchas personas a encaminarse hacia la aceptación. Los que no están presentes en el entierro, pueden necesitar otras formas externas de validar la realidad de la muerte. La irrealidad es particularmente difícil en el caso de la muerte súbita, especialmente si la persona viva no ve el cuerpo del difunto.

2. Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Cuando se habla de dolor, podemos hablar de dolor físico, que mucha gente experimenta y de dolor emocional y conductual asociado con la pérdida. Es necesario reconocer y trabajar este dolor, ya que si no éste se manifestará mediante algunos síntomas o formas de conducta disfuncional. No todo el mundo experimenta el dolor con la misma intensidad ni lo siente de la misma manera, pero es imposible perder a alguien a quien has estado muy vinculado sin experimentar ningún tipo de dolor.

Negación, evitar el duelo.

La negación de esta segunda tarea, de trabajar el dolor, es no sentir. Bloquear sus sentimientos y negar el dolor que está presente. A veces suponen un obstáculo en el proceso evitando pensamientos dolorosos. Algunas personas lo controlan estimulante sólo pensamientos agradables del difunto, que las protegen de la incomodidad de los pensamientos desagradables. Idealizar al fallecido, evitar las cosas que le recuerden y utilizar el alcohol o las drogas son otras formas en que la gente se abstiene de realizar esta segunda tarea.[4]

Algunas personas que no entienden la necesidad de experimentar el dolor de la pérdida viajan buscando el alivio de sus emociones: con esta actitud no se permiten a sí mismos dejar fluir sus emociones al dolor: sentirlo y saber que un día pasará.[5]

Antes o después, los que evitan el duelo consciente sufren un bloqueo, habitualmente con alguna forma de depresión. Si esta segunda tarea no se completa adecuadamente, puede que sea necesaria una terapia más adelante, en un momento en que puede ser más difícil volver atrás y trabajar el dolor que ha estado evitando. Esta es una experiencia más compleja y difícil de tratar que en el momento de la pérdida.

3. Adaptarse a un medio en el que el difunto no está presente.
Adaptarse a un nuevo medio significa cosas diferentes para personas diferentes, dependiendo de cómo era la relación con el difunto y los diferentes roles que desarrollaba. Muchas personas se resisten a tener que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desarrollaba el difunto. Las personas en duelo no sólo deben adaptarse a la pérdida de los roles propios del difunto, sino que la muerte les enfrenta también a encontrar el sentido de que supone volver a encontrarse con ellos mismos.[6]

El duelo puede suponer una regresión intensa en la que las personas se ven como inútiles, inadecuadas, indefensas o personalmente deshechas. La pérdida a causa de una muerte puede cuestionar los valores fundamentales de la vida de cada uno y sus creencias, influidas por nuestras familias, nuestro grupo de iguales, por la educación y la religión, así como por las experiencias vitales. No es extraño creer que se ha perdido el sentido a la vida. La persona busca significado, y su vida cambia para dar sentido a esta pérdida y para recuperar el control.


Negación

Detener esta tercera tarea es no adaptarse a la pérdida. La persona lucha consigo misma fomentando su propia impotencia, no desarrollando las habilidades de afrontamiento necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo los roles a los que no se está acostumbrado.

4. Recolocar emocionalmente al difunto y continuar viviendo.

Las personas, nunca pierden los recuerdos de una relación significativa. Una persona en proceso de duelo, nunca olvida del todo al difunto al que valoraba en vida y nunca rechaza totalmente su recuerdo. Nunca podemos eliminar a aquellos que han estado cerca de nosotros, de nuestra historia. La disponibilidad de la persona que queda viva para empezar nuevas relaciones depende no renunciar al difunto, sino de encontrarle un lugar adecuado en su vida psicológica, un lugar que es importante pero que deja espacio para los demás.[7]



[1] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.
 
[2] Valentin, Eduardo A. (2008) Guía de procidencia de cordón.Revista del Hospital Materno Infantil Ramón Sardá.
Williams, L, Hellman J. (2000). Obstetricia. México: Salvat ediciones.
[3] Bayés R. (2001). El duelo. En: Bayés R. Psicología del sufrimiento y la muerte. (pp. 174‐192). Barcelona: Martínez Roca
 
[4] Sego. 2007. Documento de consenso asistencia al parto.
Ulanowicz M, Parra K, Wendler E, Monzón L. (2006) Riesgos en el embarazo adolescente. Revista de Postgrado de la VI Cátedra de Medicina.
Zambrano G, Gayon G, Mojica D, Cañizares Y. (2008) Programa de atención integral a la poblaciónadolescente. Revista y Ciencia del Cuidado.
[5] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.
 
[6] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.
 
[7] Bayés R. (2001). El duelo. En: Bayés R. Psicología del sufrimiento y la muerte. (pp. 174‐192). Barcelona: Martínez Roca