El duelo


La reacción que se produce después de una pérdida denomina proceso de duelo. De hecho, cuando hablamos de luto no sólo nos referimos a la reacción tras la muerte de una persona querida, sino del duelo de cualquier tipo de pérdida.
El proceso de duelo implica al ser humano en todas sus dimensiones: espiritual, emocional, cognitiva, conductual, somática y sensorial, en el intento de atribuir significado a la pérdida ya uno mismo. [1]

En este proceso de reconstrucción, la persona experimenta una gran tristeza, pero, con todo, es capaz de saber que la vida continúa; aceptar la pérdida; de mantener un sentido coherente de sí misma; continuar las rutinas cotidianas; de confiar en los demás y de sentirse conectada, así como de implicarse en las relaciones interpersonales.

En la elaboración del duelo, el tiempo es importante, pero aún lo es más lo que {  puede explicar por factores objetivos, el resto se puede explicar por los procesos de construcción de significado.[2]

En este sentido, algunos autores han considerado el duelo como un trabajo y, como tal, con una serie de tareas que deben llevarse a cabo: aceptar la realidad de la pérdida (un aspecto más bien intelectual y espiritual) , trabajar las emociones y el dolor de la pérdida (un aspecto más bien emocional); adaptarse a un medio en el que la otra persona no está (un aspecto más bien conductual), y "recolocar" emocionalmente el otro y seguir viviendo (un aspecto más bien social).
Siempre tendremos presentes las pérdidas significativas. De hecho, se sigue afrontando y adaptando las experiencias de pérdida mientras la persona está vivo.

Eso sí, hay que tener presente que todas las personas elaborar procesos de duelo: niños, adolescentes, adultos y ancianos. No se debe intentar proteger del dolor a los que se consideran más vulnerables porque puede conllevar excluirlos y hacer la pérdida aún más angustiosa.

Los especialistas no se ponen de acuerdo en señalar una sola clasificación en las diferentes etapas del proceso de duelo. Sin embargo, todos coinciden en algunos aspectos y, en general, a pesar de tener nombres distintos, se observa un paralelismo entre las diferentes clasificaciones.[3]

Algunos estudios afirman que el proceso de duelo transcurre y evoluciona en tres etapas diferenciadas que definen como inmediata, intermedios y tardíos:

- En la etapa inmediata se produce el choque con la realidad, y la persona se debate entre la negación, el rechazo y la culpabilidad. De hecho nos encontramos con una depresión reactiva, es decir que se produce como consecuencia o reacción a un episodio traumático o conflictivo, con una gran carga de dolor y ansiedad. Suele haber la emoción a flor de piel, estado de confusión y aturdimiento, llanto, suspiros y negación de la realidad o una interpretación distorsionada. Puede durar de unos días a varias semanas.[4]

- La fase intermedia sume a la persona en una mezcla de aceptación y preocupación, y con un torrente de recuerdos de la persona que ha muerto; puede surgir la necesidad de creer en algo para poder vivir. Los síntomas más frecuentes son: inquietud y malestar, rabia, insomnio, anorexia, culpabilidad, aislamiento, inhibición e incluso alucinaciones auditivas y visuales del que ha muerto. Esta fase puede durar todo el primer año.

- En la etapa tardía se suele resolver el duelo, y si se asume la pérdida, la persona se recupera, se adapta a la nueva situación y normaliza su vida. Puede alargarse hasta el segundo año.


Otros especialistas, como John Bowlby (1907-1990), autor de la "teoría de los lazos y vínculos", dividen el duelo en cuatro períodos:[5]

1. - Fase de retraimiento de la sensibilidad, caracterizada por el sentimiento de irrealidad (no puede ser verdad), que puede tener episodios de aflicción y cólera, y que puede durar horas o unos pocos días.

2. - Fase de anhelo o búsqueda del objeto perdido, con episodios de intensa añoranza, llanto intenso, intercalado con periodos de ansiedad y tensión, la rabia, la culpa y el aturdimiento se añaden a la pérdida de seguridad y autoestima.
3. - Fase de desorganización y desesperanza, en la que aparecen largos periodos de apatía, desesperación y depresión, se vive al día evitando mirar hacia el futuro, durante la cual el aislamiento social es muy habitual.

4. - Fase de reorganización, en la que se acepta la pérdida, esto conlleva la redefinición de uno mismo.


Hay que añadir que no existe un punto final en el proceso de duelo, pero se puede deducir que ha finalizado cuando el dolor intenso da paso al recuerdo afectuoso y tranquilo del pasado, aunque puede haber momentos en los que devuelve la pena y el llanto. La duración del proceso suele ser de seis meses a dos años, dependiendo, al igual que en la intensidad, de si era una persona muy significativa, de factores socioculturales y de diversos aspectos que pueden propiciar duelos más complejas. Estos pueden ser:[6]

-Situacionales: accidente, suicidio, homicidio, cuerpos desaparecidos, aborto, duración de la enfermedad, falta de recursos materiales...)[7]

-Personales: edad de quien ha muerto, salud frágil previa de quien pasa el duelo, no ser religioso, duelos anteriores no resueltos, expresiones de rabia y sentimientos de culpa exageradas, o retraso en la reacción emocional...
-Interpersonales: parentesco, relación ambivalente-dependiente, recuerdos dolorosos, falta de apoyo social...

Una duración o intensidad excesivas de ciertas conductas pueden advertir del riesgo o de la existencia de problemas susceptibles de intervención psicológica.
La dinámica del duelo puede variar entre unas personas y otras, y oscila entre el duelo normal y el patológico. La gran diferencia es que el duelo normal presenta una duración variable, que depende de una diversidad de factores pero que tiene un final. En cambio el duelo patológico no permite asumir la pérdida ni adaptarse al cambio vivido y su sintomatología es más intensa y dura mucho más tiempo. Implica una ruptura del equilibrio psíquico con alteraciones físicas.

Otros especialistas como Concepció Poch nos hablan de comprender el seis requisitos del duelo:

·       Aceptar que la muerte es real.

·       No impedir sentir el dolor de la pérdida

·       Recordar a la persona que ha muerto.

·       Desarrollar una nueva actividad.

·       Pensar sobre el sentido de la vida.

·       Dejar que los demás nos ayuden.

El factor más importante a la hora de acompañar a una persona en el duelo es que se esté dispuesto a ayudar y ni el miedo de hacerlo mal, ni pensar que a la otra persona le molestará que se pregunte, nos deben frenar a la hora de ofrecerle nuestro apoyo. No es tan importante lo que dices, ni cómo se hace sino la intención que se da. La otra persona agradecerá nuestro esfuerzo.



[1] Lartigue T, Vives J. (1994) Guía para la detección de las alteraciones en la formación del vínculo materno-infantil durante el embarazo. UIA. Manuales de práctica profesional. Dpto. de Psicología. México
[2] Bayés R. (2001). El duelo. En: Bayés R. Psicología del sufrimiento y la muerte. (pp. 174‐192). Barcelona: Martínez Roca
 
[3] Bayés R. (2001). El duelo. En: Bayés R. Psicología del sufrimiento y la muerte. (pp. 174‐192). Barcelona: Martínez Roca
 
[4] Lumbiganon P, Thinkhamrop J, Thinkhamrop B, Tolosa JE. (2008) Clorhexidina vaginal durante el trabajo de parto para la prevención de infecciones maternas y neonatales (sin considerar las infecciones por estreptococo del grupo B y VIH) (Revisión Cochrane traducida). En: La Biblioteca Cochrane Plus
 
[5] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.
 
[6] Saleem S, Rouse DJ, McClure EM, Zaidi A, Reza T, Yahya Y, Memon IA, Khan NH, Memon G, Soomro N, Pasha O, Wright LL, Moore J, Goldenberg RL. (2010) Chlorhexidine vaginal and infant wipes to reduce perinatal mortality and morbidity: a randomized controlled trial. Obstet Gynecol.
 
[7] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.