Factores culturales de la muerte


Pensar sobre la muerte es pensar sobre la vida de los que quedan, esta es una premisa capital para empezar a entender estas civilizaciones. Nuestra vida es
hecha de experiencias de intensidad variable. Aquellas que tienen más intensidad dejan una marca en nuestro recuerdo, y tenemos tendencia a aislarlas, a fijarlas con contornos que realidad no tienen.

Y es que todas las experiencias no son sino modificaciones de una
experiencia más profunda sin la cual no habría vida interior: la experiencia de la
temporalidad. Pero esta experiencia no la vivimos nunca en estado puro. El yo mismo no se capta más que como ser que dura, incluso lo vemos contemplando nuestro propio pasado.[1]

Existe un descubrimiento de disminución del futuro posible y del peso cada vez mayor del pasado que paraliza mi voluntad de renovación. Por otra parte, la restricción de las posibilidades del futuro me hace presentir que el futuro se agota y llegará un momento en que ya no tendré. Y qué es una duración sin futuro? Lo que el envejecimiento nos saca al envejecer significa aprender a captar este eco del ya vivido en el presente.

Porque no hay experiencia sino de lo que yo puedo asumir. La muerte, incluso si es previsible, no es nunca asumida porque, al no tener contenido, no
es racional. El hecho general que todos muera, que "se muera", no nos enseña nada sobre la muerte más allá de un saber científico y estadístico. Pero nuestra vida interior es afectada por la muerte los demás. La boca del difunto ya no me hablará más, sus ojos no me mirarán más.[2]

El concepto de muerte ha sufrido una evolución histórica y ha generado perspectivas distintas a lo largo de los años, sin embargo siempre se ha tratado de un tema difícil y tabú durante todos los siglos, muy cerca, como veremos, de la visión actual de la muerte.[3]

Mientras que en algunos animales existen comportamientos y actitudes innatas para morir, el hombre las ha ido aprendiendo a través de la sociedad, es decir, culturalmente; estos costumbres han cambiado de un tiempo a otro, a veces la muerte se ha visto como un hecho natural e inevitable, otras como un enemigo al que hay que conquistar.

Las sepulturas encontradas en Europa y que pertenecen al hombre Neandertal estaban acompañadas de herramientas que indicaban respeto y miedo por la vida de ultratumba. En el mundo occidental, siglo VI antes de Cristo, en la Grecia y Roma clásicas, encontramos la evolución de una cultura trágica siguiendo el hilo de filósofos pre-socráticos, socráticos y platónicos.

Platón ya describía el cuerpo humano como un instrumento en el que el alma tiene el destino final de ver el mundo de las ideas. Aparece el concepto de reencarnación, fuerte elemento oriental, y el orfismo. Es una imagen de clara tendencia oriental: el alma que llega a liberarse del cuerpo es la que se purifica, coge el discurso, por tanto, el alma se convierte en la fuente del
conocimiento, es la parte de la sabiduría. La muerte se veía pues, como la separación del alma y cuerpo, con posibilidad de seguir existiendo de un modo distinto, alejada del cuerpo.

Con el paso del tiempo, la muerte se convirtió en una experiencia mediativa
de introspección. La vida debía ser la preparación para la eternidad. Durante el cristianismo nace la idea de creación a partir de la nada, la muerte se entiende en términos de resurrección.[4]

Paradoja: la carne subsiste, renace, por tanto, muere pero resucita. La muerte continúa considerándose como una intervención deliberada y personal de Dios. Sigue así durante la Edad Media, dramatizada en el momento de la agonía, una lucha entre ángeles y demonios que se disputan el alma de la persona que va a morir. La reencarnación no es aceptada en la línea del pensamiento clásico. Las ideas platónicas se mezclan con el cristianismo, porque muchos cristianos no creen en la inmortalidad del cuerpo y sí en la inmortalidad del alma. Esta idea platónica es más lógica para creer en la resurrección de la carne. En la época moderna, la modernidad, se devuelve al platonismo.

Se pierde la idea de resurrección y aumenta la de la inmortalidad del alma. Descartes prueba la inmortalidad del alma, por eso se recurre al planteamiento de Platón.

La reflexión oriental llega a occidente a través de Platón y marca el mundo occidental hasta bien entrado en el siglo XIX. La época contemporánea, post-modernidad, revive muchos de los conceptos del pensamiento medieval. Este pensamiento describe la muerte como una acción, "la muerte es la privación de la vida "," la muerte es la separación del alma del cuerpo". Esta separación es un concepto oscuro, poco claro, el misterio de la muerto.

La muerte se entiende como un mal, una corrupción, dejar de ser. Las penalidades corporales están ordenadas a la muerte, la desgracia mayor del hombre es la pugna corporal. La muerte es el mal corporal por excelencia, cuestión metafísica expuesta también por Shakespeare, "ser o no ser "y descrita por Parménides, la vida del ser, la vida del no ser.

La historia de la filosofía, pues, nos relaciona la muerte con la separación del hombre entre: alma y cuerpo. A través de diferentes posturas, a menudo contradictorias, intentan buscar respuestas del "más allá", por lo que la muerte no acabe en el "nada". Unos afirman inmortalidad del alma, otros la importancia del cuerpo o materia, pero todos intentan buscar teorías racionales de aproximación a la muerte (a partir de la división entre el alma y el cuerpo) para hacer más eterno del hombre y no aceptar la muerte para siempre.

La muerte en este momento se ve como tabú. Santo Tomás de Aquino (Murillo, 1999) al hablar de la muerte, acercándose a la postura de Aristóteles, manifiesta que el alma sólo es forma sustancial del cuerpo, aunque para Platón sea el motor.

Las personas no aman la muerte sino la vida, pero nadie desea vivir sin saber que morirá. El hilio. Lemorfisme de Aristóteles defiende que la composición de toda sustancia es material y formal, la materia es el soporte o sustrato de la forma. Sin la materia no hay sustancia, pero la materia por sí misma tampoco es nada. En realidad materia y forma constituyen un compuesto inseparable, y no como mantenía Platón, aparte de dos mundos irreconciliables. Aristóteles contempla que la forma es el principio de ser de la materia, la potencia del acto es la materia. Las cosas son más naturaleza por la forma que por la materia. Materia y forma son naturaleza, pero la materia es un principio potencial y por tanto, no es tanta naturaleza en la forma.

Las cosas artificiales no tienen ente, no tienen forma sustancial. El árbol tiene forma sustancial, que le hace ser árbol y no otra cosa. La materia es la que explica las pasiones de las cosas, la forma o principio formal responde o explica la razón. Existen aspectos que son congruentes en la materia y la forma y hay incongruentes entre materia y forma.

Santo Tomás de Aquino consideraba que el alma necesita el cuerpo para
entender, el cuerpo no es la prisión del alma y para que pueda servir al alma, ésta ha estar unida al cuerpo. El alma humana es intelectiva en potencia, si no sentimos no podemos entender, necesitamos los sentidos y por lo tanto necesitamos el cuerpo. El cuerpo sirve al alma. Que el cuerpo humano sea corruptible, porque está hecho de elementos contrarios, es la contrapartida de un cuerpo que sea apto al alma debe estar formado por elementos contrarios.

El cuerpo apto para sentir, apto para captar el alma, tiene la propiedad de corromperse. Las formas son principio de ser, no son principio de no ser. Ninguna forma es corruptible, esta es incorruptible propiamente para ser. Es corruptible accidentalmente porque dependen de un cuerpo para ser. La forma depende intrínsecamente del cuerpo y se corrompe en corromperse el cuerpo.[5]

La capacidad intelectiva no depende del cuerpo para ser ejercida, se puede entender y puede entender sin el cuerpo. Es muy violento que el alma esté separada del cuerpo, afirman los Aristotélicos. Para Platón, lo mejor para el alma es estar separada del cuerpo. Por lo tanto, el defecto natural del hombre es que se corrompe, y no existe un cuerpo apto para sentir y ser incorruptible. Pero, el Dios cristiano puede suplir este defecto con el don de la inmortalidad, con la naturaleza divina del alma y el cuerpo, el alma no se volverá agresiva y mala. Dios no hizo la muerte. El hombre con el pecado llamó la muerte.

Dios no es autor de la muerte. Poder no morir es muy diferente de la necesidad de morir. Cristo podía morir, pero no estaba participando en la necesidad de morir.
Incongruencia: alma incorruptible y corruptible, entonces el alma quedaría y se
volvería violenta. El alma no podría informar al cuerpo. La muerte como castigo, el castigo de retirar el don de inmortalidad, castigo por el pecado original, no por los pecados personales individuales.

La muerte es un mal natural del hombre, mal penal, castigo de Dios si el hombre no hubiera pecado originalmente. Pérdida de un don para un pecado o falta original. La fe cristiana lleva a afirmar el carácter penal de la muerte. Decir que la muerte es penal va más allá de decir que es natural.

Pero ¿y si la muerte proviene de la naturaleza? De la necesidad de la materia? Séneca aporta que la muerte es natural al hombre porque el cuerpo es corruptible, está formado de elementos contrarios.

Hay que asumirla, no revelarse porque somos seres para la muerte, también lo entiende así, mientras se mantenga la mente sujeta a Dios. Séneca (no
ver el hombre con la muerte penal, porque sólo veía al hombre en su dimensión
constitucional. El don de inmortalidad de Dios no hacía que el cuerpo se transformara en incorruptible, sino que detuvo la corrupción. La divina providencia dispone ello para la dignidad del alma racional.[6]

No altera la naturaleza del hombre pero la retiene. Antes del pecado original nada nos podía desaparecer, después sí. Aunque el pecado original es uno, la retención del don de inmortalidad se sucede, las consecuencias particulares para cada cuerpo. Algunos autores definen este don de Dios como que éste podía y dejaba morir.
La pena no está en la muerte sino en resistirse. La pena y el castigo de Dios sobre el hombre pecador es atribuir esta resistencia a la muerte. Santo Tomás expone
que Cristo se resistió a la muerte, pues resistirse es muy noble, es resistirse al don más preciado, la vida.



[1] Ochoa de Alda I. (2002). La experiencia transformadora de la terapia narrativa de duelo. Revista de Psicoterapia 13(49), 77‐94.
 
[2]http://www.spanliterature.com/material/tracts/EL%20CONCEPTO%20BIBLICO%20DE%20LA%20MUERTE.pdf
[3] Ulanowicz M, Parra K, Wendler E, Monzón L. (2006) Riesgos en el embarazo adolescente. Revista de Postgrado de la VI Cátedra de Medicina.
Zambrano G, Gayon G, Mojica D, Cañizares Y. (2008) Programa de atención integral a la población adolescente. Revista y Ciencia del Cuidado.
 
[4]http://www.spanliterature.com/material/tracts/EL%20CONCEPTO%20BIBLICO%20DE%20LA%20MUERTE.pdf
[5] Palacios, S (2001) Salud y medicina de la mujer. Editorial Masson.
Pillitteri, A. (2010). Maternal & child health nursing (6th ed.). Philadelpia: Lippincott
Romani F., Quispe J. 2007 Percepción sobre la experiencia del tacto vaginal durante el trabajo de parto. CIMEL.
 
[6] Sego. 2007. Documento de consenso asistencia al parto.
Ulanowicz M, Parra K, Wendler E, Monzón L. (2006) Riesgos en el embarazo adolescente. Revista de Postgrado de la VI Cátedra de Medicina.
Zambrano G, Gayon G, Mojica D, Cañizares Y. (2008) Programa de atención integral a la población adolescente. Revista y Ciencia del Cuidado.