Las deficiencias en huesos y articulaciones constituyen
el segundo grupo en importancia entre las deficiencias que padecen las personas
mayores. Según las datos extraídos de la EDDES 99 (Alustiza y Pérez, 2005), de
todas las deficiencias, las de tipo osteoarticular las padecen el 28,5% de las personas de 65 y más años. Y también son un tipo de deficiencia que aumenta claramente a medida que se avanza en edad, más del 61% son personas mayores (65 y más años).
En el proceso de envejecimiento
hay dos procesos que tienen mucho que ver con las deficiencias de esta estructura
de huesos y articulaciones que es el esqueleto:
- La disminución y la mayor fragilidad de la masa ósea
- El desgaste de las articulaciones
La mayor
fragilidad de los huesos hace que el riesgo de fractura sea bastante elevado,
siendo los huesos que soportan más peso (fémur, cadera y vértebras) o los más
sensibles a contusiones por accidentes o caídas (muñeca y costillas), los que
más a menudo se fracturan las personas mayores.
Las
articulaciones, que son las encargadas de unir los huesos entre ellos para de
facilitar el movimiento, tienden a experimentar un desgaste del cartílago que recubre las superficies articulares de modo que el rozamiento entre ellas puede producir dolor y una limitación de movimiento. Las propiedades
lubricantes del líquido sinovial que hay dentro de la cápsula articular
disminuyen y también es habitual la formación de fijaciones óseas y
calcificaciones en la zona de la articulación.
Las
enfermedades relacionadas con el sistema osteoarticular más corrientes durante
la madurez y la vejez y que contribuyen a la situación de dependencia son la
osteoporosis, la artrosis y la artritis, así como otros problemas de la columna
vertebral (ciática, hernia discal, aplastamientos vertebrales...).
Las consecuencias de estas situaciones se pueden resumir
como sigue:
-
Disminución de la movilidad articular, bien sea por dolor, bien por una limitación
mecánica o bien por deficiencias musculares, conllevando compresión y rigidez
articulares. Estos aspectos son importantes y hay tenerlos en cuenta en el
programa de actividad física, tanto en los aspectos de contenidos a desarrollar
en el programa-porque mantener la movilidad de las articulaciones facilita la
participación de la persona en sus actividades de la vida diaria-como en los metodológicos-evitando proponer movimientos bruscos y compresivos, así como manipulaciones también bruscas-.
-
Tendencia a la inmovilidad o el desuso de las articulaciones. En este sentido el programa de actividad física puede hacer una buena aportación: la movilización de las articulaciones de manera periódica, constante y intencionada
para contrarrestar esta tendencia.
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Fragilidad ósea con un mayor riesgo de fracturas. Este hecho puede tener consecuencias muy importantes para la persona que, por ejemplo, ha sufrido una caída y se ha fracturado un hueso. La situación suele ir asociada intervenciones quirúrgicas y períodos largos de hospitalización, además de
conllevar un proceso lento en la consolidación de la fractura y la
recuperación del nivel funcional previo al accidente.
recuperación del nivel funcional previo al accidente.
En
general, las deficiencias osteoarticulares de miembros superiores conllevan limitaciones
en las actividades domésticas y en la manipulación de objetos, mientras que las
de miembros inferiores pueden limitar los desplazamientos y las actividades
extradomiciliarias, y las de la columna vertebral ambos tipos de actividades.
Todo esto se traduce en una clara tendencia al
sedentarismo, en una reducción importante del campo de acción de la persona, de las relaciones sociales, y de
la independencia para satisfacer las propias necesidades.