La práctica de ejercicio físico y el mantenimiento de un
cierto nivel de actividad física tiene efectos positivos en diferentes aspectos
que contribuyen a mejorar la capacidad funcional de la persona. Cabe destacar
especialmente los programas que se basan en caminar.
El
entrenamiento de la resistencia aeróbica se ha demostrado como herramienta
adecuada para mejorar factores como el consumo de oxígeno (VO2), la presión
sistólica o la aptitud cardio-respiratoria, factores que facilitan el
desarrollo funcional.
También en
las personas mayores, los efectos de un entrenamiento de moderada intensidad repercuten
aumentando la capacidad de resistencia al esfuerzo y disminuyendo el tiempo de
recuperación después de hacerlo (Vincent, Vincent, Braith, Bhatnagar y Lowenthal,
2003), con lo cual la persona puede realizar actividades (pasear, hacer la cama...)
sin cansarse en exceso.
Hay
estudios que indican que la actividad física tiene relación con el aumento de
la concentración de colesterol HDL, la presión arterial y la función cardíaca, con el consiguiente efecto
cardio-protector (Knight, Birmingham y Mahajan, 1999; Ueno, Moritani, 2003;
Mora, Lee, Buring y Ridker, 2006), convirtiéndose en un factor importante para
la prevención de la aparición o el empeoramiento de enfermedades
cardiovasculares.
Por otra
parte, hay indicios de la relación entre la capacidad cardio-respiratoria y la
preservación de la función cognitiva. Según el estudio longitudinal realizado
por Barnes, Yaffe, Satariano y Tager, (2003), las personas sanas, sin deterioro
cognitivo previo y con una aptitud cardiorrespiratoria inferior al inicio del
estudio, seis años más tarde muestran un mayor declive cognitivo que las que
partían de valores más positivos.
Varios
autores hacen referencia a las mejoras en la funcionalidad global de personas mayores sedentarias, frágiles y / o institucionalizadas, indicando que
este tipo de personas pueden responder positivamente a un programa de
ejercicio. Las mejoras se perciben en aspectos como la movilidad, la fuerza, la
capacidad para desarrollar las AVD o la deambulación.
También se
ha demostrado que la participación en un programa de ejercicio puede incrementar
de manera importante la actividad física en la vida diaria de las personas mayores (Fujita, Nagatomi, Hozawa, Ohkubo, Sato, Anzai, Sauvaget, Watanabe, Tamagawa y Tsuji, 2003). Este dato es interesante en el sentido que refuerza el papel que puede tener un programa de actividad física en la transmisión a la vida diaria de los hábitos de ejercicio creados y reforzados
mediante el trabajo en grupo y organizado.