El ritual
del duelo es una expresión pública del duelo personal, que también es dolo
comunitario. Desde el ámbito de las religiones, los ritos de muerte son
expresión del dolor y, al mismo tiempo, son símbolo de la creencia en el más-allá.
En los pueblos, la muerte tiene un perfil de belleza que se difumina en la gran
ciudad. Es todo el pueblo que participa del duelo, del ritual de despido y de
acompañamiento del círculo más íntimo.
Todo el
mundo se siente implicado. La muerte provoca una cohesión espontánea de la vecindad, un acompañamiento comunitario de las personas más cercanas: el
pueblo se hace cercano en la ausencia definitiva.
En la gran
ciudad, el duelo se individualiza, se concentra en el círculo familiar- relacional, el ritual tiene algo de estereotipado.
Todo
duelo es un proceso de adaptación. Con el ritual se facilita la proyección hacia el exterior (hacia los demás) del sentimiento interno de la muerte (de la
pérdida). Evito decir que con el duelo se supera el impacto de la muerte porque
entiendo que la muerte (la pérdida significativa) no se supera nunca, ni
subjetivamente ni objetiva.
El duelo
ayuda a "acomodar" el impertinente efecto que la muerte genera en uno
mismo o en la vida social. El duelo construye experiencia. Y según se viva el luto
será esta experiencia, será la vida que se vive particularmente y socialmente a
partir de ahora.
Se
acompaña a la persona fallecida más allá de la propia muerte: los ritos de
despido, el enterramiento en diversas formas y el duelo que sigue son actitudes
particulares ante la muerte, son actitudes sociales.
Culturalmente,
hay todo un rito en torno a las despojos según las creencias, las costumbres y
las tradiciones sociales o familiares, o bien según las disposiciones previstas
por Morentin. Las diversas formas de enterramiento, de despido, no son otra
cosa que actitudes ante la muerte. Los ritos de despido no son solamente acompañamiento a la persona fallecida, son, también, expresión los sentimientos de su entorno: se acompaña y es acompañado en el propio dolor
El
proceso del duelo se expresa a través del ritual del duelo: aquellos signos, gestos, palabras... que comunican algo, construyen una rueda significativa
entre la persona y el entorno, entre el entorno y uno mismo.
Esto
significa que la comprensión del proceso del duelo y del rito de duelo debe
situarse en el marco de las circunstancias que lo acompañan: en el marco de la
cultura en la que se da, de las creencias, de la biografía personal y de la
historia de los pueblos.
En el marco
de la experiencia. Los grandes acontecimientos de la vida acompañan de un ritual: nacer, comprometerse, graduarse, casarse, decidir, morir: en
todos hay pérdida, una transformación, en todos se hace presente el duelo, el
sufrimiento-dolor por lo que se pierde, también por lo desconocido que está por
venir y que inquieta.
En toda
pérdida, las emociones tienen un papel destacado. Ellas mismas construyen un
lenguaje que quiere expresar la intensidad del sentimiento. Llorar, gritar, lamentarse, gesticular, pertenecen a un
lenguaje humano universal de expresión-comunicación del dolor.
Los
rituales sociales que acompañan pérdidas personales o colectivas significativas
tienen que ver con la cultural. La muerte es la gran pérdida por aquello de
irrecuperable que tiene, porque la vida es la condición de posibilidad de que
la muerte frustra: quizá abren otras posibilidades, pero con otros registros no
conocidos.
La
muerte, hoy, ha dejado de ser un espacio de lo sagrado. La secularización ha dado paso a un amplio abanico de lecturas sobre la muerte. El ritos y las liturgias sagradas son significativas para muy pocos, en parte por la desculturización que sufre nuestra sociedad. Los rituales de luto han
pasado a ser actos sociales, sus cambios, y sus ausencias, son contemplados
como fenómenos culturales sin demasiado interés para profundizar en la carga
significativa que contienen y quieren transmitir.[1]
La
cultura absorbe la religión y la religión se sumerge en las categorías
culturales: se huye del ámbito religioso porque este llamamiento a la
reflexión, al compromiso, a la coherencia, y la sociedad actual, a menudo,
invita al contrario.
Solo una
minoría vive la liturgia y sus ritos como expresión de la contemplación de un más-allá
pleno del significado, del sentido de la vida enmarcado por el misterio de aquellas preguntas que perduran a lo largo del tiempo y que cada época y persona responde a su manera. El duelo ha dejado de ser el espacio privado compartido con los íntimos para ser un espacio particular vivido individualmente con inquietud, y manifestado como necesidad social.
La
experiencia de la pérdida nos hace hablar con palabras, gestos, miradas, con el
silencio y la escritura. Hablar es un lenguaje en la conquista del significado
externo de lo que produce y elabora creativamente en el interior del ser
humano: es la relación entre la "palabra", el sentido y la
construcción del significado.
El
lenguaje es el espacio de la expresión que imita otras formas buscando encajar
lo que se vive y quiere decir. Es un proceso. La narración es la voz de la
experiencia, el espejo de la conciencia.[2]
El duelo
es un tema universal. Constituye una prueba de fuego para el narrador y para
quien "escolta-llegeix-mira/veu" para la narración va descubriendo la
intimidad de la propia experiencia ante el sufrimiento, el duelo. La narración
tiene algo de impúdico, descubre la más íntima vulnerabilidad personal, la
comparte, la hace común, el lector, se ve reflejado, en parte: la narración es
una especie de mercado común de la experiencia del duelo.
De hecho,
con la narración se busca aquella parcela de una mismo que se ha ido con la
pérdida: se busca en vano lo que no puede devolver, al menos tal como se
conocía.
conocía.
A veces,
quien narra sabe mostrar el largo proceso del duelo, las expectativas que se presentan, el riesgo de no salir adelante ... como lo que se ha visto
vivir en otras. La cuarta fase de Bowlby (embotamiento) a menudo queda
reflejada en la narración: aquel asombro inicial desencadena mecanismos de
reacción: palabras, gestos, actitudes, fijas no reflexivas, que evidencian el impacto de la pérdida y el tiempo que se necesita para ir integrando la nueva realidad que se presenta. En este sentido, en mi opinión, tanto Lewis
como Didion hacen un ejercicio magistral de la "vulgaridad" del duelo: lo personal y, al mismo tiempo, común en espacio y tiempo. Universal.
como Didion hacen un ejercicio magistral de la "vulgaridad" del duelo: lo personal y, al mismo tiempo, común en espacio y tiempo. Universal.
[1] Barron W.M. (2001) Trastornos Médicos durante
el Embarazo. 3ª. Edición. Editorial Masson S.A.
Barbón O.
(2011) Algunas consideraciones sobre comunicación, género y prevención del
embarazo adolescente. Revista Ciencia y Enfermería.
[2]
Donat Colomer F. (2001). Enfermería
maternal y ginecológica. Masson, Barcelona.
Drife, J (2005)
Ginecologías y obstetricias clínicas. Editorial Masson S.A.
López G., Comino R. (2004) Obstetricia y Ginecología. Edit. Ariel. Barcelona.