La
formación del profesional de la salud en el tema de la muerte (de la pérdida) cada vez es más adecuada. Los estudios de formación, curriculares o
no, procuran incluir la oportunidad del conocimiento antropológico de la muerte
a fin de dar al futuro profesional recursos de preparación, de conocimiento, de
respuesta para uno mismo y para su entorno si se encuentra en esta
circunstancia.
Hay una
cierta tendencia a enmascarar la realidad con la idea de evitar angustias a sus
familiares. Quizás es una manera de esquivar lo que el profesional de la salud tampoco
tiene bien resuelve, si es que alguien lo tiene. Se trata de un comentario descriptivo,
no valorativo porque son actitudes a menudo bienvenidas para los interesados ni que sea porque existe la querida creencia que lo que "se ignora no existe" .
La muerte
impone un cierto temor, por aquello de inevitablemente desconocido que tiene, por aquello de punto y final definitivo que es como la pérdida definitiva de toda posibilidad, al menos tal como nos son conocidas. Otras pérdidas sublevan, abruman, inquietan, alientan... pero la muerte tiene
un sello de distinción que evita nombrar, se hace bromita (como una especie de
huida hacia la frivolidad, ninguna parte).
La muerte
no se mira cara a cara, y el paciente se da cuenta, los familiares también. La
tecnología ayuda bastante en todo: en beneficio y en detrimento de la buena muerte. En beneficio, porque el centro sanitario "se sabe qué hacer "," se está seguro ", y sucede lo que sucede porque
así debe ser no para ser torpe en la atención al Morentin, en detrimento, porque puede
contribuir a la despersonalización del ambiente.
La muerte
en el centro no tiene que ser necesariamente solitaria, distante, fría, depende del entorno, de cómo este entorno llena de calor humano el lugar en el que se encuentra. El centro sanitario debería ser un lugar de mejora de las condiciones de la muerte precisamente por esta seguridad, tranquilidad organizativa, posibilidad de alivio del dolor o del
malestar.