La infección tuberculosa se transmite y se adquiere por vía aérea (pueden
existir otros vías de transmisión, como la digestiva y por inoculación, pero
son mucho menos frecuentes, y, por tanto, de menor significación
epidemiológica). Los enfermos con capacidad contagiando son los que sufren
tuberculosis pulmonar y, en caso de que la localización sea extrapulmonar, si
están afectadas las vías respiratorias (laringe) o la cavidad oral.
Su infecciosidad depende del número de gérmenes que expelen al aire
ambiental, lo que está al mismo tiempo en relación con: a) que por su cuantía puedan ser detectados por tinción en el esputo (baciloscopia de esputo
positiva), b) que el paciente presente tos y, según la intensidad, c) que el
paciente no se cubra la boca y la nariz cuando tose; d) que en su radiografía
de tórax haya lesiones cavitadas, e) que siga un tratamiento inadecuado, f) que
sea sometido a procedimientos que favorecen la tos (inducción del esputo).
Estos enfermos, con la tos, pero también con el estornudo y al hablar, cantar o simplemente al respirar, expulsan, en mayor o menor cantidad, partículas (secreciones respiratorias que s'aerosolitzen) que contienen el germen tuberculoso y que, por tanto, son infectantes. Estas partículas, por evaporación, pierden su contenido acuoso y disminuyen de tamaño, que cuando llega a ser de 1-5 micras de diámetro permanecen aerosolizada en el aire ambiental donde pueden persistir, con los gérmenes viables, varios días y ser transportadas por las posibles corrientes que se produzcan a partir de este aire. De esta manera, desde una habitación donde se encuentre el enfermo contagiando y, por tanto, con su aire contaminado por estas partículas, se pueden diseminar en otras partes del edificio. Estas pequeñas partículas de 1 a 5 micras de diámetro con gérmenes viables, aunque en escasa cantidad, son infectantes y pueden ser inhaladas por las personas expuestas, llegar al alvéolo pulmonar y establecer la infección tuberculosa. Cuando las partículas son de mayor dimensión, es decir las que aún no han perdido su contenido acuoso, a pesar de que se inhalan son eliminadas por el mecanismo mucociliar de los bronquios sin que lleguen al alveolo, por lo que no dan lugar a la infección.
El control de la transmisión de la tuberculosis se basará, por tanto, en:
a) disminuir o evitar que el enfermo emita partículas contagiantes, b) una
actuación adecuada sobre el aire del entorno del enfermo para disminuir o
eliminar las partículas infectantes que contenga yc) proteger de su inhalación la persona
expuesta. La forma más eficaz y definitiva para que el enfermo deje de enviar partículas
infectantes al aire de su entorno es el tratamiento adecuado; éste, sin
embargo, requiere un tiempo que se ha estimado de 2-3 semanas, como mínimo, si
intervienen conjuntamente la I y la H, ya que con otras pautas puede ser más
prolongado. No se considera el enfermo, en este último caso, exento de riesgo
hasta la negativización de la baciloscopia del esputo.
Mientras que el enfermo tenga capacidad contagiando, se puede minimizar o
evitar su eliminación de partículas contagiantes si se cubre la nariz y la boca
con un pañuelo de un solo uso cuando tosa o cuando estornude y también, aunque
no haga estas maniobras de espiración forzada, si utiliza mascarillas, que en
este caso pueden ser las habituales quirúrgicas que evitan la emisión de
partículas de gran tamaño, sin embargo, como es evidente, el enfermo no puede
llevar siempre este tipo de mascarillas.
Sobre el aire ambiental contaminado se puede actuar mediante técnicas de
ventilación, de manera que sea eliminado en zonas sin peligro para personas
expuestas, consiguiendo, además, con estas técnicas una dilución de partículas
infectantes del aire que contaminando el enfermo. Se debe respetar siempre que
en el habitáculo del enfermo haya una presión negativa respecto de los pasillos
y otras dependencias del edificio donde esté ubicado, ya que si la corriente
aéreo fuera positivo, con sus partículas infectantes se desplazaría de la
habitación del enfermo en el resto del edificio. Dejando de lado estas técnicas
de ventilación, para lograr la disminución o la eliminación de las partículas
contagiantes se puede filtrar el aire contaminado por los denominados filtros HEPA
(High-efficiency particulate air) que son capaces de eliminar casi el 100% de las partículas del tamaño de las infectantes (las que llegan al alvéolo
pulmonar).
Para inactivar los gérmenes que son transportados por las partículas
infectantes, también se puede someter el aire contaminado a la acción germicida de los rayos
ultravioletas tipo C (UV-C) mediante lámparas adecuadamente situadas para
evitar los posibles efectos sobre los ojos (queratoconjuntivitis, cataratas),
también debe tenerse en cuenta que los rayos UV-C (clasificados de efecto
carcinógeno) pueden penetrar la piel en casi el 5%. (13)
La protección de la persona expuesta se basa en el hecho de que desarrolle
su actividad sin que su aire ambiental esté contaminado, y si esto no es del
todo posible, que utilice mascarillas protectoras que en este caso no deben ser
las quirúrgicas, ya que filtran menos del 50% de las partículas infectantes que
por desecación han disminuido su tamaño a 1-5 micras de diámetro, sino que deben ser las denominadas de protección respiratoria con una eficiencia de filtración
para las pequeñas partículas infectantes del 95% para un flujo de 50 litros /
minuto, y que una vez colocadas la fuga no sea superior al 10%. Estas
mascarillas no deben ser empleadas por el sospechoso de estar enfermo, ni por
lo que lo está, porque tienen un mecanismo valvular para la expiración, de
forma que no pueden filtrar las partículas que elimina con la expiración el
enfermo, únicamente son útiles para la inspiración y son, por tanto, de
protección para el no enfermo.
Finalmente, cabe resaltar que si una persona expuesta a inhalar partículas
infectantes sigue tratamiento con isoniacida, este fármaco impide que se
establezca la infección tuberculosa mientras se mantenga su administración, y
la protección cesa cuando se deja de tomar este medicamento.