El niño se desarrollará de acuerdo con su bagaje congénito y con lo que va adquiriendo en el transcurso de su desarrollo, que depende de la oferta que le venga del mundo externo y del deseo real o imaginario los que se hacen cargo de su crecimiento, especialmente la familia. El hijo ha sido concebido biológicamente y mentalmente mucho antes del parte, y tiene un significado particular tanto en el mundo real como en el imaginario.
No es igual ser deseado que no ser querido (consciente o inconscientemente), no es igual ser hijo del narcisismo que ser hijo de la melancolía. En el desarrollo psicoemocional del niño es fundamental que la madre pueda permitir el establecimiento de otros vínculos afectivos y posibilite la relación del niño con el padre y otros miembros de la familia. Este proceso dependerá de la capacidad de la madre de adecuar el imaginario a lo que el niño es realmente (no es igual un niño tranquilo que un niño inquieto, un niño dependiente que un niño autónomo), y la realidad del momento vital de la madre condiciona las identidades de uno y el otro. Es en este contexto de identidades y relaciones que se desarrollará la salud o la enfermedad mental.
Es necesario, pues, tener presente que enfermo y familia están condicionados por las propias idiosincrasias, y que a menudo se necesita un trabajo psicológico cuidadoso para poder modificar las influencias familiares que nos parecen nocivas para la génesis o el acompañamiento de la enfermedad mental. La primera premisa es, sin duda, partir de un esfuerzo de análisis y de comprensión de todos los miembros implicados y evitar establecer criterios morales o creer en la magia de favorecer fácilmente cambios en las interrelaciones establecidas en el seno de la familia, teniendo en cuenta la pluralidad de modelos de familia derivados de los cambios sociales que se han producido en los últimos años.
Es frecuente la detección de actitudes patógenas por parte de los familiares: sobreprotección, rigidez, actitudes de rechazo y de abandono, acusaciones constantes que nos molestan para el proceso terapéutico, y también es cierta la predisposición a tomar partido a favor de "nuestro" enfermo o situarnos en contra de lo que bloquea nuestro éxito profesional. A menudo, con estas actitudes se consigue empeorar los vínculos nocivos.
Es frecuente la detección de actitudes patógenas por parte de los familiares: sobreprotección, rigidez, actitudes de rechazo y de abandono, acusaciones constantes que nos molestan para el proceso terapéutico, y también es cierta la predisposición a tomar partido a favor de "nuestro" enfermo o situarnos en contra de lo que bloquea nuestro éxito profesional. A menudo, con estas actitudes se consigue empeorar los vínculos nocivos.
Frecuentemente, somos más comprensivos con las familias que ya nos llevan a la consulta nosologías etiquetadas (alcoholismo, psicosis, esquizofrenia, etc.) que con aquellas donde hay que comprender y trabajar las patologías de los vínculos que traban el proceso de curación o rehabilitación. Es importante rescatar el sufrimiento de la familia y entender sentimientos contradictorios ante los enfermos mentales, y también entender que en el momento de la consulta el sufrimiento puede haberse alejado de la relación causa-efecto. Es obligado entender y acercarse a la familia y darle apoyo, sobre todo cuando además le pedimos, aunque es sabemos patológica, que se haga cargo de la locura del hijo, que la acerque a los servicios especializados, que adivine los momentos de agravamiento psicopatológico y que renuncie al diálogo lógico y los vínculos afectivos normalizados con la persona en quien, más o menos patológicamente, ha vertido todas sus expectativas. Por otro lado, ante dinámicas familiares muy desestructurados y difíciles de movilizar necesaria la intervención del nivel especializado.
FUENTE:
Recomendaciones para la atención a los problemas
de salud mental más frecuentes en la atención primaria de salud. Servicio Catalán
de la Salud.