Depresion y mortalidad en el cancer

La depresión, definida por una gran variedad de medidas, ha sido asociada de forma significativa con un incremento de la mortalidad en diferentes patologías médicas. En las enfermedades cardiovasculares es donde esta asociación se ha visto más frecuentemente demostrada. A pesar del estudio de la influencia de la depresión en la mortalidad de pacientes con cáncer haya dado resultados inconsistentes, la gran mayoría de autores sugieren una conexión. En una revisión reciente de veintidós cuatro estudios publicados, en quince de ellos se señala una asociación positiva entre la depresión y el progreso del cáncer o mortalidad.
 
En relación a las limitaciones en la metodología de investigación de los diversos estudios de mortalidad hay que resaltar el hecho de que las medidas de depresión fueron realizadas sólo en un determinado punto en el tiempo y con una consideración inadecuada de la compleja interrelación entre la depresión y otros predictores de mortalidad. Asimismo, la gran mayoría los estudios publicados definieron la depresión sólo mediante el uso de diferentes cuestionarios autoadministrados.
 
En contraste con las medidas de depresión que vienen definidas por criterios diagnósticos estandarizados, en las que se tienen en cuenta la evolución e intensidad de la clínica depresiva, las escalas de depresión autoadministradas se encuentran limitadas debido a que sólo tienen en cuenta la clínica depresiva presente durante la semana anterior al momento de la valoración, con el consecuente riesgo de una errónea clasificación de personas como deprimidas como resultado de circunstancias vitales estresantes o problemáticas de salud presentes en el momento de la evaluación.
 
En relación a los estudios de mortalidad postrasplante de progenitores hemopoyéticos, sólo en un estudio prospectivo con más de 100 pacientes se examinó la relación entre depresión y mortalidad. Con una muestra de 193 pacientes, Loberizza y cols.  encontraron que la depresión fue predictiva de mortalidad a corto plazo (entre 6 y 12 meses postrasplante), no evidenciándose esta asociación en la mortalidad a un más largo plazo (entre 13 y 42 meses postrasplante). Dos limitaciones metodológicas de esta investigación son el uso de una medida no validada de depresión (grupo de síntomas depresivos creado por los propios autores) y el haber valorado la depresión sólo en una ocasión (en los sexto mes posterior al trasplante). En un estudio reciente con una muestra de 72 pacientes, Akaho y cols.  encontraron que una variable psicológica global (Mezcla de síntomas de depresión, ansiedad, fatiga y confusión) valorada dos semanas anteriores al trasplante fue predictiva de mortalidad a corto plazo (entre 3 y 8 meses postrasplante) pero no a un plazo más largo (entre 1 y 3 años postrasplante).
 
Los estudios oncológicos que investigan el impacto de la depresión en la mortalidad pueden presentar resultados contradictorios debido en parte a la variabilidad en la longitud del período de seguimiento. En la medida que el tiempo de supervivencia se alarga, otros factores clínicos pueden aparecer como asociados a la mortalidad, así pues dificultando el que se pueda evidenciar una relación entre depresión y mortalidad. En relación a la fase posterior al trasplante de progenitores hemopoyéticos, la gran mayoría de muertes ocurren dentro de los tres primeros años, siendo la reducción más apreciable sobre todo en los primeros 12-24 meses.

Dado que la depresión es una patología que se manifiesta de forma frecuente en pacientes con cáncer, el estudio de su impacto en la mortalidad postrasplante adquiere una relevancia clínica significativa. En la sexta y última publicación de nuestro grupo de investigación, se aportan datos referentes al impacto de la depresión mayor en la mortalidad posterior al trasplante de progenitores hemopoyéticos.
 
FUENTE:
La Depresión en Pacientes con Neoplasia hematológica. Jesús Martí Prieto i Vives. Universidad de Barcelona