La práctica de actividad física induce
al contacto personal y medioambiental, favoreciendo la cooperación, la
tolerancia, la integración y aceptación de los demás, además de aprender a valorar,
amar y proteger la naturaleza.
La práctica continuada de la
actividad física en la infancia tiene una gran utilidad educativa y socializadora,
importante para el desarrollo moral y la adquisición de valores prosociales.
Contribuye a la enseñanza de
aspectos como la responsabilidad, la conformidad, el respeto de las normas, la
aceptación del retraso en las gratificaciones o la asunción de riesgos. Quien tiene
la capacidad de adquirir un buen hábito de salud con respecto a la actividad
física tiene más probabilidad de adquirir otros hábitos como los de seguir normas
de buena nutrición, no fumar, abstenerse de sustancias adictivas y consumir alcohol
con moderación. Trabajando en la promoción de un estilo de vida activo (no
sedentario) se puede indicar en aspectos y hábitos de salud.
Actualmente la actividad física forma
parte de los programas terapéuticos o de rehabilitación de trastornos psicológicos
y sociales como son el abuso de sustancias adictivas como el alcohol y las drogas,
el consumo del tabaco, el sobrepeso y la obesidad, las conductas desadaptativas.
Por conductas desadaptativas entendemos
conductas agresivas que se exteriorizan en la relación con el entorno social de
la persona (violencia doméstica, racismo, vandalismo, etc.).
Pero hay que pensar que no sólo
los individuos con comportamientos psicóticos presentan estas conductas. El
caso de la conducción es un ejemplo donde las conductas de agresividad son muy generalizadas.