La
hospitalización supone para el niño la vivencia de una serie de experiencias y
emociones nuevas, tratando de comprender la situación en la que se encuentran
inmersos y la forma de afrontarla, por tanto, es necesario por parte de padres
y profesional médico informa de forma comprensible para el menor, sobre los
procedimientos y resultados que esperan obtener. El miedo del niño, en la
mayoría de casos proviene de una desinformación que envuelve al niño en un
entorno basado en la incertidumbre, y por tanto, en ansiedad.
En este sentido,
Bibace y Wals (1981), observaron cómo muchos niños de cinco y seis años
hospitalizados en una unidad de pediatría se alteran y piden ser cambiados a
otra habitación por miedo a coger la enfermedad de un compañero por creer que
por el solo hecho de estar en la misma habitación, le contagiaría la
enfermedad. Esta actitud del niño, basada en su carencia de información, impide
al niño hospitalizado a adaptase a la
enfermedad y la hospitalización.
Por tanto, los
padres y personal sanitario, debe realizar actividades de información
orientadas a alcanzar los siguientes objetivos:
- Evitar sufrimientos producto de una comunicación inadecuada
o compresión equivocada de la experiencia de enfermedad y hospitalización.
- Evitar que la experiencia del hospital se puede
convertir en un problema emocional a lo largo de la vida.
- Evitar efectos sobre los padres, disminuyendo su
preocupación o ansiedad al conocer qué puede comprender y cómo puede
reaccionar el niño y adquirir habilidad para comunicarse adecuadamente.
- Mejorar la calidad de la asistencia, favoreciendo
la aproximación y comunicación adecuada entre el niño enfermo y los
profesionales.
- Evitar el error de creer que sólo deben tenerse
en cuenta los efectos sobre el futuro y no los actuales.
En cuanto a las
reacciones del niño, son muy variadas, y depende de diversos factores
conductuales y sociales. Se considera importante revisar y mencionar un estudio
psicosocial del autor Zetterström, (1949), que mediante el análisis de niños
hospitalizados, observó que las reacciones más comunes a experiencias
estresantes o traumáticas dentro del hospital eran las siguientes:
- Problemas de alimentación como rechazo o
hiperfagia.
- Alteraciones del sueño, como insomnio, pesadillas
o fobias a la oscuridad.
- Enuresis o encopresis diurna o nocturna.
- Regresión a niveles de comportamiento más
primitivos y pérdida de los niveles adquiridos previamente o del
aprendizaje o conducta social.
- Movimientos espasmódicos involuntarios de la cara
o los párpados, es decir, tics.
- Depresión, inquietud y ansiedad.
- Terror a los hospitales, personal médico, agujas,
procedimientos diagnósticos como los rayos X y a la ingestión de fármacos.
Miedo a la muerte.
- Mutismo, regresión autista a grados de
incomunicación o retraimiento en el contacto con la gente.
- Obsesión hipocondríaca (enfermiza) o verdaderas
alucinaciones sobre funciones corporales.
- Síntomas histéricos, como pérdida de la voz después de una amigdalectomía.
Además, propuso una serie de
variables que aumentaban o disminuían estas reacciones, estas son:
- Edad, sexo y desarrollo cognitivo.
- Diagnóstico médico.
- Duración de la hospitalización.
- Experiencias previas con procedimientos médicos y
el hospital.
- Naturaleza y tiempo de la preparación para la
hospitalización.
- Ajuste psicológico pre hospitalario.
- Habilidad de los padres a fin de ser un apoyo adecuado para el niño.
En cuanto al
concepto que tiene el niño de la enfermedad, creencias sobre el hospital,
personal sanitario y procedimiento médicos varía en función de la madurez intelectual
y emocional del niño, y de la formación previa que haya recibido de los padres.