Impacto psicosocial de la diabetes

Padecer diabetes es como tener hipertensión arterial, epilepsia, asma, Parkinson o tantas otras enfermedades, llamadas crónicas, que hoy por hoy no se pueden curar. Afortunadamente, ante estas afecciones hemos sido capaces de desarrollar tratamientos muy efectivos en la mayoría de los casos que han permitido que la calidad de vida de las personas afectadas sea cada vez mejor.
A pesar de estos avances, que han facilitado la adaptación al trastorno, lo cierto es que el diagnóstico de una enfermedad crónica representa un fuerte impacto psicológico para al individuo y su entorno familiar, y tiene, además, unas consecuencias sociales nada despreciables.
Evidentemente, el diagnóstico de la diabetes comportará cambios en la vida de las personas afectadas. Tener que seguir una cierta disciplina de horarios de alimentación, medir los alimentos, tener cuidado especial a la hora de hacer ejercicio y ponerse insulina, son actividades ciertamente compatibles con una vida normal, pero no siempre fáciles de llevar a cabo los cambios que conllevan.
En cualquier caso, habrá tiempo para adaptarse. Los profesionales deben tratar de ayudar a las personas afectadas a convivir con la enfermedad con el máximo confort posible, tratando de ponerse en su piel y nunca negando las limitaciones.
El diagnóstico de una enfermedad crónica afecta el concepto de uno mismo y desencadena una serie de mecanismos de defensa para protegerse ante la angustia. Se trata de un proceso de maduración que todo individuo debe pasar cuando ha de encararse con esta nueva realidad. El proceso de adaptación a la enfermedad se desarrolla en diferentes fases. No todas las personas pasan por todas las fases, ni siempre se producen en el mismo orden que aquí serán expuestas, aunque lo más frecuente es que lo hagan de esta manera.
La palabra "diabetes" puede ser vivida de maneras muy diferentes según cuál sea la experiencia de la persona afectada. Algunas personas no se dan cuenta mucho de lo que representa, mientras que otros quedan absolutamente bloqueada porque imaginan un futuro invalidante, lo que les provoca, obviamente, una notable angustia. Durante esta fase se hace difícil pensar con claridad. Es casi imposible recibir y entender la información que dan lo profesionales.
Inicialmente se genera angustia y un estado de ánimo bajo. Los afectados, en esta fase, deben encontrar una actitud receptiva en los profesionales, los cuales deben saber preguntar y escuchar. La reacción de incredulidad pasajera es casi constante ante una mala noticia.
A veces, esta reacción inicial de incredulidad deja de ser un fenómeno pasajero
para convertirse en un verdadero mecanismo de defensa contra la angustia, y entonces se puede hablar de negación de la realidad. La persona afectada suele quitar importancia la diabetes, asegurando que no le crea ningún problema o en otras ocasiones diciendo:
"Yo no tengo diabetes, sólo un poco de azúcar en la sangre". En este afán de negación, las expresiones de algunas personas hacen pensar que se tratan de convencer ellas mismas y de convencer quien las escucha que tener diabetes es mejor que no teñirme.
Durante esta fase, las personas afectadas se sienten poco implicadas en su enfermedad y poco motivadas por tratarse de manera apropiada. "¿Por qué me ha tocado a mí?" es la frase más escuchada en las personas que están en esta etapa. Este sentimiento significa como mínimo que hay conciencia de la realidad, aunque ésta no se quiera aceptar. Reaccionar con irritabilidad, amargura y decepción puede ser natural en esta fase. Un mismo recuerda la persona sana que era y la vida le parece injusta. El tratamiento es difícil, la vida ha cambiado y se tienen sentimientos negativos o de ser diferente de los demás.
La sensación de rabia es muy frecuente en este etapa. Los adolescentes se hacen especialmente difíciles para los profesionales sanitarios para que la revuelta contra la enfermedad se añade a la negación de cualquier tipo de norma; actitud, por otra parte, propia de esta edad, ya de por sí crítica. La supresión voluntaria de una o más dosis de insulina-nada infrecuente en este período-no deja de ser una provocación y un deseo de transgredir la norma.
Tanto los padres como los profesionales deben evitar el enfrentamiento. La comprensión es tan importante como la disciplina. Se manifiesta fundamentalmente por los intentos de manipular el tratamiento, "pactando" unas exigencias que están por debajo de las que el médico propone. Por ejemplo: "Muy bien, tengo diabetes, pero no me pondré insulina", o bien "de acuerdo, acepto ponerme insulina pero no más de una vez al día ". En estos casos también hay plena conciencia de la enfermedad; aunque el paciente, en lugar de rebelarse en ella, negocia con la esperanza de disminuir las dificultades que él percibe.
Ciertamente, no hay olvidar que hay unos mínimos de supervivencia que no son negociables. Conviene recordar que el entorno familiar pasa también por unas fases de aceptación de la enfermedad, que no siempre coinciden en ritmo y orden con la persona afectada.
Algunos prefieren llamarla sencillamente adaptación; otros piensan que la adaptación sería un paso previo a la completa aceptación. Y, finalmente, hay quien dice que hay que "asumir" la enfermedad, no forzosamente "aceptarla". En cualquier caso, se entiende que esta fase se caracteriza por el reencuentro del equilibrio emocional que permite afrontar de manera serena el tratamiento de cada día y sus diferentes implicaciones sociales, familiares o personales. La siempre imprescindible información se convierte, en esta fase, muy provechosa. Los conceptos sobre la insulina, el autoanálisis o la alimentación se asimilan y se entienden mejor.
Como se ha dicho antes, no todas las personas pasan por todas las fases ni permanecen la misma cantidad de tiempo, de modo que algunas aceptan la diabetes plenamente al poco tiempo mientras que otros no llegan a asumirla nunca. En aquellos casos en los que se está anclado en una fase, puede ser necesaria una ayuda psicológica específica. Por ejemplo: si se está persistentemente en la fase de negación, se impedirá la adquisición de conocimientos para la futura convivencia con la diabetes.
La concentración de la glucosa en la sangre, el estado de la retina o la velocidad de conducción de un nervio son parámetros relativamente fáciles de medir. El estado de ánimo y el grado de tensión nerviosa o de ansiedad son aspectos que también deben considerarse para conseguir mejor el cambio de hábitos. La importancia que tienen estos factores sobre el control y la estabilidad de la glucemia son normalmente reconocidos por todos, y
la experiencia de los pacientes enseña que cuando se está preocupado por un examen o unas oposiciones o cuando se está sometido a una fuerte emoción negativa-la separación de la pareja, la pérdida de una persona amada-la diabetes se resiente bastante.
En los últimos tiempos, se han hecho muchos estudios que demuestran que-con el mismo tratamiento médico-las personas que tienen un estado de ánimo más estable, con menos tendencia a la fluctuación y más habilidad para afrontar problemas, tienen cifras de hemoglobina glicada mejores y menores oscilaciones de la glucemia que aquellas que no tienen las características mencionadas.
La diabetes conlleva un gran esfuerzo de adaptación conductual y emocional por parte de la persona afectada. La vivencia de un joven con diabetes en la familia puede variar dependiendo de su edad. Es natural que después del diagnóstico las relaciones familiares queden alteradas, por consiguiente, en la imposición de las normas de conducta habrá que distinguir aquellas relacionadas con el hecho de ser diabético de aquellas que forman parte de la educación del niño o del joven. Si cada vez que se niega o se prohíbe algo se hace en nombre de la diabetes, el joven empieza a rechazar la enfermedad que le veta tantas cosas. Sobre todo si además se considera que muchas normas de conducta están ligadas al desarrollo de la persona y serían aplicables aunque no fuera diabética.
Por tanto, es conveniente normalizar cuanto antes la relación entre padres e hijos y reemprender las normas de conducta habituales antes del diagnóstico, refiriéndose la diabetes tan poco como sea posible a la hora de establecer limitaciones. Si no es así, siempre se asociarán las prohibiciones a la diabetes, cuando en realidad muchas normas ya existían antes de que la diabetes apareciera.
Dentro del entorno familiar, un factor que está asociado a mejoras en el control de la diabetes es la comunicación emocional. El entorno familiar donde los miembros establecen una comunicación emocional, basada en el hecho de exteriorizar las emociones, consigue reducir el grado de angustia y favorece la adaptación de la persona afectada a la enfermedad.
Por otro lado, es importante alentar al niño o al joven a tener una actitud activa en el control de la diabetes. Por ejemplo, habrá felicitarle cuando haya hecho una elección correcta en la alimentación o darle un margen de confianza cuando se haga las autoanálisis o administre la insulina. También, es importante no centrar la atención exclusivamente en los controles de glucemia capilar, ya que esto puede generar tensiones familiares cuando los resultados no sean los esperados.
Los padres necesitarán apoyo. El encontrarán en el equipo sanitario y también en la asociación de diabéticos, donde podrán compartir sus vivencias con otras personas que han pasado por una situación similar.
La actitud de los padres puede favorecer o dificultar el proceso de aceptación y responsabilidad del niño o joven adolescente con diabetes. Se han descrito diferentes tipologías de padres o de actitudes familiares que pueden influir en la conducta y la actitud por parte del joven:
Padres perfeccionistas: son aquellos que quieren controlar todos los aspectos del tratamiento. Además, suelen centrar la atención en aquello que no funciona bien. El joven responde mostrando rebeldía, no aceptación y rechazo del tratamiento.
Padres que no intervienen nada en el tratamiento: opinan que para cuidar la diabetes hay que seguir los consejos de los profesionales, sin más implicaciones. En estos casos el niño / joven suele olvidar partes del tratamiento por considerar que para cuidarse solo hay que ponerse insulina.
Padres proteccionistas: consideran que por tener diabetes, deben proteger y tener más cuidado de su hijo. No permiten que el joven tome iniciativas en el tratamiento, y si lo hace y no sale bien, inmediatamente se culpabilizan.
Entonces, el joven suele mostrar inseguridad, necesita el adulto para hacer cualquier cosa. Otras veces, puede intentar sacar rendimiento de la enfermedad o manipular a través de ésta. Padres que reparten responsabilidades. Este tipo de padres enseñan a aprender de la propia enfermedad. Dan recompensas positivas cuando el chico hace las cosas correctamente y permiten que se aprenda del error. En estos casos el chico suele a mostrar seguridad y autonomía.
Por tanto, en el proceso de educación diabetológica no sólo debe considerarse como objeto educativo al paciente, sino también la familia, en la que hay que encontrar el interlocutor más válido. En muchos casos, y como la diabetes no se ve a simple vista, se opta por ocultarla.
El hecho de esconderla puede indicar, a veces, una aceptación inadecuada de la enfermedad o miedo a no ser aceptado en el entorno o grupo de referencia. Es lógico que en los inicios haya cierto miedo a comunicar la enfermedad en el entorno. Esta comunicación es posible cuando la persona ya se ha adaptado al tratamiento y siempre que, en la historia del individuo, no haya habido experiencias previas de rechazo a la persona enferma. De todos modos, la persona debe tomar su tiempo para socializar la enfermedad.
Aparte de la familia, conviene que los amigos o los compañeros más cercanos, de escuela o de trabajo, estén informados sobre la diabetes para que puedan entender lo que sucede y lo puedan ayudar, sobre todo en el caso de las hipoglucemias.