El
sedentarismo se asocia directamente con un mayor riesgo de aparición de algunas
enfermedades metabólicas, entre ellas, la diabetes tipo 2. Según los datos aparecidos
en la Encuesta de Salud en Cataluña del año 2006, el sedentarismo afectaba a un
25.8% de la población, obteniendo niveles similares a los encontrados en el conjunto
de la Comunidad Europea.
El ejercicio físico regular puede contribuir a la mejora de la composición
corporal, a reducir la resistencia a la acción de la insulina y prevenir el
desarrollo de DM2, especialmente en aquellas poblaciones con alto riesgo, como
los individuos con intolerancia a la glucosa (IGT). Varios estudios de
intervención terapéutica han demostrado que los individuos físicamente más
activos tienen una menor incidencia de DM2, en comparación con aquellos sedentarios.
Así, el Finnish Diabetes Prevention Study2, 3 incluyó 522 individuos con IGT demostrando
una reducción del 58% de la incidencia de diabetes a los tres años de
seguimiento en ese grupo que realizó modificaciones de su estilo de vida (incluyendo
ejercicio físico moderado).
El Diabetes
Prevention Program (DPP) 4 observó en 3234 individuos con IGT la reducción de
un 58% del riesgo de aparición de diabetes, siendo esta intervención más
efectiva que el uso de metformina, que logró una reducción del 31%.
Finalmente,
el estudio DaQuing va randomizado 577 individuos con IGT en 4 grupos de
tratamiento: ejercicio, dieta, dieta y ejercicio y grupo control. La incidencia
acumulada de diabetes a los 6 años de seguimiento fue menor en los dos grupos que
incluían ejercicio (41 y 46% respectivamente) en comparación con el grupo
control (68%).
Por
tanto, se puede concluir que existe suficiente evidencia científica que justifica
que los programas de intervención terapéutica que incluyen la práctica de ejercicio
físico regular reducen la incidencia de diabetes tipo 2 en individuos con alto
riesgo de desarrollarla.